[su_wiloke_sc_company_website]Kore os plantea hoy un juego en Sueños. De pequeña (y no tanto) leía libros de rol, en los que puedes tú elegir cómo desarrollar la historia según unas posibilidades que te brindaban. Pues a lo largo de esta semana vamos a hacer lo mismo, si os apetece. La idea es que tengo desarrollada una historia con varias posibilidades y os voy a brindar la oportunidad de ir creando la historia según votaciones. Es decir, va a tener cinco capítulos. En todos ellos os voy a poner una encuesta con dos opciones, de las cuales vosotros elegís una y el guión narrativo irá por ella. Así, la historia la vais tejiendo vosotros y el final siempre puede llegar a ser distinto.
Si quereis otra posibilidad de final, también se va a hacer… ¿Jugais?
Hoy la luz me ciega. Vampira en esta tierra, siento mi voz alentada por el sol que logra brillar entre las rendijas de una sucia ventana. Mi ventana. Mi dulce ventana, que me enseña lo que hay más allá. Que me seduce con su paisaje de noche clara o día cálido, sin dejarme ver más allá de sus marcos.
Mi habitación podría decirse que es pequeña. Yo, en uno de sus ángulos, me debato entre la locura y la piedad de mi soledad. Un resquicio de cordura se deja diluir por la puerta. Una sombra amiga me trae mi comida y me habla de lo que hay más allá de los marcos de mi ventana.
La sombra se ríe con mis gracias, pero yo me quedo seria cuando sus bromas se cuelan por debajo de la puerta de entrada. Esa puerta cerrada, candada, olvidada. Abandonada como la dueña de aquella sala.
Durante cuatro meses estuve hurgando la posibilidad de encontrar la manera de salir de aquella cueva. Cuatro meses decidiendo el momento, el lugar, la posibilidad.
Más allá de mi ventana la luna me decía que era de noche. La noche.
De debajo de mis almohadones, que decoraban mi cama, encontré un camisón de raso, terciopelo o alguna tela insignificante para mí. Me lo coloqué sobre mi cuerpo negro, desnudo hacia ya tiempo de esperanza y abrigado solo por la soledad. Mi piel, antes tostada, pasaba a ser de un blanco pálido por el brillante vestido de noche que anunciaba el baile de graduación. Aquel baile que había pospuesto tanto años y que, ahora, se convertía en mi huida de salvación.
La sombra más allá de la puerta se transformó en figura, al abrir la puerta a oscuras tentando a la suerte en una decisión incierta que podía haber sido su final. Su mano alargada, de tez clara, cogió la mía con decisión fuerte. Como un baile se tratase, me levanté incansable, rápida, gustosa de comenzar aquel vals. La sombra, ahora carne, tornó su fuerza en voz y exclamando su preocupación, me pidió que me apresurara.
Su mano, aferrada a la mía, mezcla de fatiga por los años y excitación del momento. Podía notar sus pliegues, sus arrugas, debajo de mi carne tersa y limpia.
Más allá de mi puerta, mi dulce puerta, convivían cientos de nuevas sensaciones: un pasillo largo, blanco, casi de paredes marmóreas, dispuestas al unísono; numerosas puertas, como la mía, encerrando ilusiones y vidas más allá de sus intrincadas celosías.
En el blanco de la sala, se escurría entre el silencio un grito incierto de un alma en pena que lamentaba no tener vals de huída. La sombra repitió que me apresurara.
Entre zancadillas de mis piernas traviesas y tropezones de mis torpes pies, llegamos a una puerta de gran tamaño que tenía un cartel que rezaba alegría. Era el momento de mi entrada al baile, donde todos me esperarían para hacer mi entrada triunfal con mi vestido de raso blanco.
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