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No fué un día cualquiera

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Ayer fue un día cualquiera.

Tan normal, como aquellos en los que despertaba sin temor a la soledad.
Ayer volví a vivir su tiempo, a sentir su frío, a gozar de sus pasiones.
La observé sin que ella se percatara de mis deseos,
la olí, sin que ella se diera cuenta cuán cerca estaba.

Sus quehaceres, paralelos a cualquiera de mis actos,
se enredan en cada uno de mis pasos.
Sus deseos, lejanos a mi sentido común de supervivencia,
se aferran a mí para darles forma y libertad,
pues sólo necesito conocer que son el fuego
que avivará de nuevo la sonrisa que tanto anhelo.

Perdido en sus mensajes, encuentro las palabras que nunca quise oir,
que han alimentado el veneno de mi sinrazón,
y que probablemente serán parte de mi destino.

Uno de los últimos reductos de esperanza caen con sus silencios,
aunque debo mantener la cordura para poder escribir otro día,
quizá otro día cualquiera,
lo que siento, lo que admiro, y lo que deseo:
un último suspiro de seguridad en mi almohada,
un leve roce de su luz guiándome en mis sueños,
y un eterno abrazo que me inunde de su paz.

Ayer, quizá fue un día cualquiera.

 

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