[su_wiloke_sc_company_website]»El frío es mi amigo», reza el lema que mueve su vida. Durante cuatro meses ha sido un náufrago con carámbanos por barba y la piel de escarcha. A su alrededor, el termómetro se desplomaba a 60 grados bajo cero, que deben ser las fosas Marianas de la congelación. El aventurero Nicolas Vanier completa este fin de semana una proeza única: recorrer Siberia a bordo de un trineo tirado por diez perros.
Como compañía, las voces de sus perros, los ánimos de las más de 30 etnias que ha conocido (chorse, yakusi, evenkos, tuvinsti…), lugares sin mapa, caminos helados, tundras, taiga, los montes Urales y hasta quizá los fantasmas del Doctor Zhivago y Lara, que moran por aquellos parajes en el romántico destierro que imaginaron Boris Pasternak y David Lean.
A bordo de su ‘cuadriga’ canina, Vanier ha cruzado la zona más fría y agreste de este maltrecho planeta. Desde el lago Baikal hasta la Plaza Roja de Moscú ha cubierto 8.000 kilómetros, algo así como ir de Madrid a Bogotá, para entender la magnitud del trecho.
Arrancó el 2 de diciembre del año pasado y llega al viejo corazón comunista tras 127 días del siseo de la nieve bajo su cargado vehículo.
Eligió hacerlo en invierno. Eligió 18 horas de oscuridad. Eligió este mayúsculo jubileo para alertar de las amenazas ambientales que nos acechan, como un Miguel Strogoff del ecologismo en medio de una hermosa desolación.
‘Odisea Siberiana’ bautizó su aventura, en la que ha contado con el patrocinio de Energizer, que suministró baterías de litio que trabajan en bajas temperaturas y linternas que alumbraron tantos ratos de tinieblas.
La peripecia del galo ha podido seguirse a través del ciberespacio. Internet ha sido la ventana por la que se asomado para relatar brevemente que tenía dañado un cartílago del omoplato, cómo iba de víveres, la hostil climatología, las horas de desvelo o cómo dosificaba el esfuerzo de sus los perros —mezcla de canes de Groenlandia y laikas de Siberia— para que devoraran camino.
Vanier acumula callo en este tipo de gestas. Es el ‘musher’ (conductor de trineos) y el aventurero más mediático de Francia, una especie de Jacques Cousteau del frío. Además se desdobla como escritor, director y guionista de documentales y filmes de naturaleza.
El año pasado firmó la película ‘El último cazador’. Con 20 años participó en una expedición a pie por Laponia y un año después atravesó en canoa el Gran Norte canadiense. En 1986-1987 exploró en una ruta de 7.000 km las Rocosas y Alaska utilizando caballos y huskies. En 1994, con su mujer y su hija pequeña, se atrevió con el río Yukon construyendo una cabaña con sus propias manos para pasar el invierno. Dos años después participó en la Yukon Quest, la carrera de trineos más dura del mundo. En 1999 se embarcó en la ‘Odisea Blanca’: desde Alaska hasta Quebec, otra vez en un tiro de perros. Con lo que allí aconteció escribió un libro del mismo nombre, y que en España editó Altair.
«La gente ve la cara de ilusión de los aventureros al partir y la satisfacción al volver, pero no se pueden imaginar lo duro que es el día a día de la aventura y las veces que miras cara a cara a la muerte», señalaba en el kilómetro cero de la Odisea. Cuatro meses después, el feliz ladrido de sus perros, jubilosos por tocar meta, debiera este fin de semana despertar —de admiración— hasta a la momia de Lenin.