Cada minuto mejor

He tenido que salir de mi ciudad, Zaragoza, al interior, y desplazarme a Barcelona. Después de un día de trabajo, hay que desconectar. Siempre es necesario tener un tiempo al día en el que uno no haga nada relacionado con "darle al cerebro". Es indispensable tanto para asentar lo hecho como para reponer fuerzas para la siguiente sesión de trabajo.

Cuando uno está fuera de su entorno, suele buscar cosas que no tiene normalmente. Además, son estas cosas las que más deseamos o añoramos cuando no las tenemos. En mi caso, estando en la costa, cosa que no tengo en mi ciudad, me encanta la playa, pero no en el concepto de plantar la sombrilla y estar mediodía ahí, comer la paella y luego ir al chiringuito (y que conste que esta imagen no es de los 70 que conozco a mucha gente que le encanta).

Me gusta la playa para ese momento del día de desconexión. Me gusta quitarme las chancletas y pasear por la orilla del mar, en el límite donde llegan las olas, rozando mis pisadas.

El sonido de las olas, la brisa del viento, el reir de los niños jugando, el tímido Sol y nada más. Esa es mi desconexión del mundo. En ese momento pienso… pienso en nada, y disfruto.

Cuando uno quiere lo que no tiene, y puede tenerlo, debe disfrutar de ello. No nos limitemos simplemente a querer lo que no tenemos. Son precisamente estos momentos los que hacen de esa novedad en nuestra rutina, las pizcas de vida por las que merece la pena hacer cualquier cosa.

Diréis que estoy muy filosófico, y puede que si. La verdad es que desde que he dejado la empresa que cree y por la que me he esforzado cinco años de mi vida, ahora veo todas las cosas de un modo diferente. Valoro mucho más cada pizca de mi día, cada día de mi semana y cada semana de mi mes.

Hoy, una persona que empiezo a apreciar muchísimo, tras preguntarle "Que tal estás" me ha respondido algo que, de nuevo, me ha hecho afrontar y vivir el día a día de una manera más diferente a lo que lo he hecho en mis últimos años.

Su respuesta fué: "cada minuto mejor"